Buena parte del desarrollo científico cubano, por más que tire la moneda, cae en la cara de la biotecnología y en la técnica de la ingeniería genética.
Sus orígenes se remontan al año 1981, cuando un pequeño grupo de investigadores comienzan a trabajar en la producción del interferón alfaleucocitario humano, y ese mismo año, su resultado se utiliza con efectividad en el tratamiento de las epidemias de dengue y conjuntivitis hemorrágica aguda, en lo que constituyó la prueba clínica más grande que ha conocido el mundo.
Fue ese el embrión del centro de ingeniería genética y biotecnología en 1986 y posteriormente del Polo Científico del Oeste de la capital cubana, pero no sabían que estaban dando un vuelco a la ciencia insular.
A diferencia de Finlay, el descubridor del mosquito aedes aegipti como agente transmisor de la fiebre amarilla a inicios del siglo XX , nuestros científicos hoy sí tienen el respaldo de su gobierno y por supuesto, del pueblo para dedicarse a investigar y poder también recibir los más altos reconocimientos allende los mares.
Ejemplo de ello son las medallas de oro otorgadas por la organización mundial de la propiedad intelectual.
La primera fue para la vacuna cubana antimeningocóccica tipo B, única de su tipo en el mundo, cuya autora principal es la doctora Concepción Campa Huergo .
Diez años después este mismo galardón fue recibido por las manos de otra mujer cubana, la doctora Rosa Más, del Centro Nacional de Investigaciones Científicas (CNIC), creadora del fármaco PPG.
Los logros obtenidos por Cuba en esta rama del conocimiento humano son más que suficientes para reafirmar aquellas proféticas palabras de Fidel el 15 de enero de 1960 cuando dijo: ”El futuro de nuestra patria, necesariamente tiene que ser un futuro de hombres de ciencia, un futuro de hombres de pensamiento.”